27/2/14

Miertes

-Pensé en aclarar que te hablaba a vos, en decir que sos la mejor escucha.
Tus silencios me conmueven, tu golpe repetitivo en el andar. Pensar que te cuento todo y estas siempre, en tu fría esquina, inmóvil.

Se detiene a pensar todas las formas en las que esa conversación se puede ver como un simulacro de tragedia, las analiza una por una y las resiente todas. Suma el resentimiento, lo guarda, le servirá mas tarde. Se rasca la cabeza despacito; una pequeña caricia para soltar el pelo, una pequeña caricia para deshacerse la trenza. Ya repetir su nombre ha perdido el efecto: el día pasó, o eso aparenta hasta que empieza de nuevo y vuelve lo mismo. Ya imaginar sus curvas, púrpura y negras, ha perdido el efecto. Recorrer las largas líneas una a una con la mente, deslizarse despacio sobre la oscura curva y enfrentarse de golpe al rostro, siempre tan quieto. Se ha vuelto inútil sostenerla entre los muslos, tagarrandole las manos, apretándole los huesos. Se ha vuelto inútil darle aire (o quitárselo) soplarle suavecito y esperar que fluya. Ya ni ella logra disimular que tras las gotitas que corren (with this newfound cold) se esconde ese cansancio.
Pero como sonrío, putos. Como sonrío mientras paso rápido, y me deslizo lejos. Recorrer lo largo de esas dos columnas en busca del respiro que se encuentra en su centro. Punto de fuga.

-Pensé en aclarar quien eras, vos sabes, porque a veces creo que me importa.
Baja de nuevo la cabeza (de nuevo la caricia) y trata de sacudirsela, como que no fuera a salir a la sala y sonreírle, como que no supiera en ella la razón de su locura. Baja la cabeza y busca de nuevo silenciar al que ameniza el fondo, pero es Edward de nuevo, que se deje ir, que les dispara el mismo (no significa nada). Lo deja seguir un rato, sabe que hablará de peces y muerte, y le gusta el sonido de su voz. Ojalá pudieras sentarte y escucharlo diciendo que darán vueltas, apreciarlo.
De nuevo ese silencio desde la sala, pero ha vuelto acambiar destinatario y a ella no parece molestarle...

12/2/14

Maldita Abigail roñosa, te estoy siguiendo...?

Abigail, me digo. Abigail, Abigail, mil veces Abigail.
Me aferro a su nombre sin verla, me aferro a la idea de ella. Abigail.
No puedo evitar querer escribirle, contarle de los días en los que no está, las tardes en la condena. Abigail que rueda y rueda, y yo inútil que no puedo sino repetir su nombre entre palabra y palabra de Leslie. Abigail, le digo, pero Leslie sigue cantando como si no me oyera.
Mil veces Abigail, pero Abigail no se mueve, no se inmuta, no me siente. Quizás si le digo suavecito, si la llamo a gritos. Se queda parada junto a la mesa, inmóvil, inerte.

Cuantas veces sudando le he cantado, mientras me siento sobre ella descargando toda mi energía, mientras la sostengo con los muslos, manos firmes y el sudor corriendo por la espalda, por el abdomen, por los huesos. Cuantas veces le he susurrado pensamientos, bajando la velocidad despacio, o lo mas rápido que pueda; y de todas, Abigail siempre en silencio, rostro al frente y sin mirarme.
Pienso de nuevo en decirle que sus cicatrices duelen como propias, en mencionarle aquellas noches en las que era el brillo de sus ojos la única luz en mi camino.
Empiezo a recorrer sus curvas con el recuerdo, las largas líneas delgadas, los dobleces encantados en tonos púrpura y negro. Y con la caricia imaginaria acompaño a Leslie, soñando con regalarle toda la música del planeta, todas las noches de luna llena, las mañanas apuradas a la condena con lluvia y viento.

Pero no puedo. Abigail, Abigail, me repito, casi maldiciendo. Le echo la culpa a Leslie y finalmente la callo, tirando el humo casi a escupitajos. Edward, decido, y espero a calmarme para volver a hablarle a Abigail (pero sigue sin escucharme). No logro respirar, Edward pregunta si siempre, si a veces... Y no puedo evitar cantar con él, pero ya no le canto a Abi.
Me disculpo con ella, la miro de reojo. Vos me conocés, vos no me juzgás, explico. Pero me da vergüenza porque era para vos y no puedo escaparle (fuiste conmigo, sabes donde queda). Me río casi con lástima, insistiendo que Abigail al ser yo la que gira lejos.
Uh-oh, el aparato del demonio. En el mundo de afuera dicen jueves, dicen no (los jueves no existen, desaparecieron de las semanas). La señorita pregunta por la cocina ja. ja. Abigail, lo dejo caer. Abigail, me vuelvo a la luz blanca violentamente. Abigail, Abigail, Uh-oh.
No entiendo nada Abi, no sé que pasa. La señorita que quemar el ascensor, Edward que no pidió permiso, que entienda, Abi con sus silencios. Maldigo de nuevo (ha vuelto) pero maldigo en silencio. ¿Si estamos todos a la deriva, Abigail, por qué ayudar con eso? 

11/1/14

Estancarse en tránsito

No era fácil darse a entender, ya el tiempo aislada había dejado estragos y el idioma (aunque era el materno) parecía una lengua nueva. No era fácil, ahí nerviosa y tan cerca de la prueba tangible que el pasado fue real. No logró, tras varios intentos, concretar una sola idea, mucho menos que su humor se transmitiera, obtener una risa por lo mismo que ella por dentro se carcajeaba.

"Bu!" Un par de ojos verdosos le observaban ligeramente arriba de los propios. Una sonrisita inocente, largos colochos rubios y la manita miniatura sacudiéndose. Le contestó el saludo sin emitir sonido, y la miró fijamente. La pequeña criatura sonreía, esperando una reacción animada. No pudo devolverle la euforia, la interacción humana ya le era complicada en sí, y la misma con infantes le era imposible. Tampoco pudo terminar la reflección sobre ese último mes de ensueño, o sobre los personajes que había visto, los mares de nostalgia que le habían provocado.

Los seres a su alrededor parecían todos comprender en su totalidad lo que sucedía, los ruidos, las máquinas, las voces por los altoparlantes diciendo números y nombres de ciudades. Los seres a su alrededor delataban la verdadera posición en la que se encontraba, le recordaban todo lo que no pudo decir o hacer, el mundo que solo ocurría del cráneo para adentro. Y no quería enfrentarse a eso, admitir que nadie estaba lo suficientemente cerca como para alcanzar a escuchar su relato en susurros, para notar que la fiebre aún no bajaba, que se había quedado cual bote anclado en la noche, el auto y las palabras que no salían.
Y no lo haría, escuchó la voz que la enviaba a otra puerta, guardó las teclas y se dirigió despacio a sentarse donde pudiese hundirse en comodidad dentro del desierto y enterarse cómo seguía el descubrimiento del refugio, con la caja de herramientas y los planos...

27/11/13

Esa mezcla pastosa, ya saben, martes

¿Acaso le temen realmente? ¿Acaso la ven como una amenaza? ¿como una existencia molesta?
Desencadenó la estructura metálica despacio, derrotada. Terminó de guardar en el morral las llaves y el encendedor, se acomodó los lentes y trepó, derritiéndose sobre si misma.
Empezó despacio y torpe, como siempre, y siguió de largo frente a la vitrina (mas por timidez que otra cosa). Otra tarde que salía mal, otra persona que fallaba.
¡Terrible humanidad! se decía, mientras se le mezclaban lágrimas y sudor bajo las gafas ¡Terrible y asquerosa humanidad!

Mientras sudaba se iba preguntando la razón específica para tanta derrota, para todo ese olvido que iba coleccionando en una cajita ("Amigo, unir al mundo" ¿te acuerdas?). Siempre los motivos tangibles eran diferentes, siempre los seres y sus situaciones cambiaban, las excusas cambiaban, incluso las maneras e interpretaciones; pero siempre la nena que derrotada regresaba a casa, sin poder conseguir un abrazo en el camino.
Esta vez había sido un fin de semana largamente esperado, con tres celebraciones consecutivas y un día de descanso. La primera se había limitado a una noche de alcohol y cartas, no al fin decepcionante, pero si reducida; la segunda una tarde con ella, a la que él se había sumado. Pero la tercera, la que implicaba el mundo de afuera (donde hay gente), había cerrado de una manera muy extraña una hipótesis vieja: no les interesa.                                                                       ay, pobrecita
No imaginaba en su pedalear despacio por la sombra, tratando de disimular sin ganas las gotas saladas que le corrían por la cara, que se encontraría -tras volver a ver esa energía que lo hacía valer- bajo la lluvia y sin ruedas ni pedales.

Claro, siempre es peor que te la roben. Busquemos un estacionamiento, se puede arreglar.

Ridículo, completamente ridículo; pensó, mientras respiraba hondo y arrugaba la cara para que no se salieran las putas (las malditas). Pero ella no era tonta y reconocía el tono en la voz. Abigail, acompañando a Abigail y ella (de nuevo derrotada).
No podía terminar de procesar cómo, justo cuando reaparecía una (tan anhelada) compañía, sufría la otra. -Y tocayas para más joder.

¿Qué te tomás? El 140 me deja en mi casa, y aquí para el 109, creo que te deja.

¿Transporte público, en serio? ¿Gente que mueve gente para que vaya donde hay gente? Mierda que todo estaba mal, pero no pensó que fuera tan serio. ¿Sería que estaba llegando al pico? ¿Al tan mencionado límite, frontera de fronteras? ...después de todo, no había existencia después de Abigail. Se le escapó una risita al pensar en explicarle a la señorita el verdadero origen de su sobrenombre. Intentó concentrarse seriamente, pensar en que otro pasaba cerca y la dejaba mejor, pero no logró siquiera decirle que se tomaran el próximo que pasara; aún no terminaba de procesar lo sucedido y el alcohol no le estaba ayudando. Pensó en el largo viaje y los posibles destinos, pero se rindió frente a la lucecita blanca "libre". Vamos a tu casa y luego voy a la mía, y no mencionemos lo poco que me conviene dar esa vuelta.
Abigail sonrió y abrió la puerta.

Pasá vos primero, que te bajás después.

19/11/13

Noche de cinco grados bajo cero

Escondidos tras las maderas que en épocas más cálidas refugian a los guardavidas, abrigados de tobillo a orejas y turnando la pequeña antorcha de boca en boca; la observábamos hipnotizados por su infinita belleza y su reflejo vivo. Desplegaba una manta de plata líquida sobre las olas, tirando su inmenso abrazo en nuestra dirección.

Una vez hubimos bajado, ya cuando la arena halaba mis pies a tierra y el viento intentaba ayudarle, escuché el llamado. Dentro del sueño fui despacio hacia la luz, temiendo por el frío que punzante subiría por las pantorrillas y hasta el pecho (tan temido el frío a veces). Pero coloqué un pie firme tras el otro entre un cruce de olas, y seguí avanzando.
Por un momento fue un punto (cuando estaba calmo) y luego volvió a cubrirlo todo con su manto plateado. El viento, que antes parecía bajar un grado por minuto, soplaba refrescante sobre el rostro. Y las mil agujas que me habían amenazado a lo lejos, eran suaves caricias saladas.
Ese momento, esa energía (la que me impulsaba y la que me llenaba), esa magia, y la sensación indiscutible de escuchar mi nombre entre ráfaga y ola, fue el mejor regalo que pudo darme. Justo ella, tan pálida y hermosa como es, justo esa noche, justo así.

Seré una ilusa soñadora, una juventud dopada bajo delirios de grandeza, una desconección de la realidad a modo de escape; seré como me llamen, pero si no la amase en su lejana frialdad, yo no sería yo y no serían mis párpados los que caen.